A diez años de Seattle y del primer Foro Social Mundial, el balance que se hace necesario es el de la lucha por “otro mundo posible”. El balance del FSM no debe ser de los foros, sino de los objetivos que se propusieron cuando comenzamos a organizarlos. Otra visión sería víctima del corporativismo, de la creencia de que la evolución interna de una organización es la historia política de esa organización. Un balance del FSM no es un balance de la situación de las ONG o de los movimientos sociales. Por el contrario, éstos deben ser evaluados en función de lo que hayan contribuido a la construcción de “otro mundo posible”.
Por eso, la referencia para establecer como parámetro de análisis es la circunstancia para la creación de “otro mundo posible”. Hace una década, el neoliberalismo reinaba como modelo hegemónico, sea a escala mundial, sea en América latina. De la primera generación de mandatarios que lo personificaban –Reagan, Thatcher– a la segunda –Clinton, Blair– el consenso de la extrema derecha se amplió, absorbiendo a las corrientes alternativas a ella: los demócratas norteamericanos, los laboristas ingleses. Más acá en el continente, al extremismo de la derecha de Pinochet se sumaron formas nacionalistas –como el peronismo de Menem y los gobiernos del PRI mexicano–, así como los socialdemócratas, como los socialistas chilenos, AD de Venezuela y los tucanos brasileños.
Nuestras sociedades fueron profunda y extensamente transformadas de acuerdo con esa receta, los Estados nacionales achicados; los patrimonios públicos privatizados, los derechos sociales recortados, el capital especulativo incentivado. En consecuencia, se generó un aumento brutal de las desigualdades, de la concentración de la riqueza, de la exclusión de los derechos de la mayoría de la población, del empobrecimiento generalizado de las sociedades y de los Estados.
Diez años después, continúa la hegemonía conservadora en el mundo, incluso cuando está debilitada su legitimidad. Una diferencia sustancial se dio en América latina, donde varios gobiernos, con diferencias entre sí, pusieron en práctica políticas contrapuestas al modelo neoliberal, después de haber sido una región de dominio conservador, con la mayor cantidad y las modalidades más radicales de gobiernos neoliberales.
La región presenta hoy los procesos de integración regional más importantes en contraste con los Tratados de Libre Comercio propuestos por el neoliberalismo. El gran proyecto norteamericano, que buscaba extender el libre comercio a todo el continente –el ALCA– fracasó y, en su lugar, se fortaleció el Mercosur, surgieron el Banco del Sur, el Consejo Sudamericano de Defensa, Unasur, el ALBA, entre otras iniciativas. Son espacios alternativos en que se desarrollaron, en distintos niveles, formas de intercambio privilegiado entre los países de la región, acompañadas de la diversificación del comercio internacional de los países que participaron de ella.
Al mismo tiempo, como alternativa al privilegio de los ajustes fiscales se desa-rrollaron políticas sociales que mejoraron significativamente el nivel de vida y disminuyeron los grados de desigualdad en el continente de mayor desigualdad del mundo. Los mercados internos de consumo popular se ampliaron y profundizaron.
La combinación de los tres elementos (diversificación del comercio internacional, con disminución del peso del centro capitalista y el aumento importante del peso de los intercambios del Sur del mundo; intensificación sustantiva del comercio entre los países de la región y expansión, inclusive durante la crisis, del mercado interno de consumo popular) hizo que los países incorporados a los procesos de integración regional resistieran mucho mejor los duros efectos de la crisis y varios de ellos volvieran a crecer.
Por otro lado, los proyectos como los de alfabetización –que hicieron que Venezuela, Bolivia y Ecuador se sumaran a Cuba como países libres de analfabetismo en la región–; de formación de varias generaciones de médicos de pobres en el continente por las Escuelas Latinoamericanas de Medicina en Cuba y en Venezuela –de recuperación de la vista de más de dos millones de personas con la Operación Milagro– demostraron que es en la esfera pública y no en la mercantil donde se recuperan los derechos esenciales.
Los intercambios solidarios dentro del ALBA son ejemplos concretos del “comercio justo” impulsado por el FSM desde sus inicios, en espacios con criterios sobre las posibilidades y las necesidades de cada país en contraposición clara a las normas del mercado, del libre comercio y de la Organización Mundial del Comercio.
Sin ir más lejos, una evaluación del FSM tiene que hacerse en función de sus contribuciones a la construcción de alternativas al neoliberalismo, del “otro mundo posible”. Es también indispensable comprender que ese movimiento pasó de la etapa de la resistencia –predominante en la última década del siglo pasado– a la fase de la construcción de alternativas. Una visión de “autonomía de los movimientos sociales” tuvo vigencia en la primera etapa, pero cuando se intentó extenderla a la década siguiente se cometieron errores.
El movimiento más significativo actual de construcción de alternativas es el de Bolivia: fue la fundación del MAS por parte de los movimientos sociales a partir de la conciencia de que después de derrumbar varios presidentes iban a constituir un partido, a disputar unas elecciones y a elegir como presidente a Evo Morales. Retomaron los lazos con la esfera política a través de la convocatoria a una Asamblea Constituyente, pasando a la refundación del Estado boliviano.
Otros movimientos que mantuvieron una visión equivocada y corporativa de “autonomía” o se aislaron, o prácticamente desaparecieron de la escena política. Esa “autonomía” si fuera –como ocurría anteriormente– en relación con las políticas de subordinación de clases, tenía sentido. Pero si se trata de una autonomía en relación con la política, el Estado, la lucha por una nueva hegemonía, es un concepto corporativo, adaptado a las condiciones de la resistencia, equivocado cuando se trata de construir las condiciones de construcción de hegemonías alternativas.
En el FSM de Belén fue posible constatar, con la presencia de cinco presidentes latinoamericanos comprometidos, con formas distintas de construcción de alternativas al neoliberalismo, cuánto avanzó en tener reconocimiento la lucha que se inició hace diez años. Ya el FSM decepcionó. No se elaboraron propuestas para encarar la crisis económica. No se hicieron balances o discusiones con ésos u otros gobiernos, junto a los movimientos sociales para discutir las contribuciones que tenían y los problemas pendientes.
En suma, al tener a las ONG como protagonistas, al autolimitarse a la esfera social, al cerrar los ojos a los gobiernos que están avanzando en proyectos superadores del neoliberalismo, al no encarar el tema de las guerras –y con ellas, el imperialismo–, el FSM fue perdiendo trascendencia, convirtiéndose en un encuentro para el intercambio de experiencias.
El balance, por lo menos en América latina, de la lucha por “otro mundo posible” es muy positivo considerando el entorno conservador predominante en el mundo. Ya el FSM se quedó girando en falso, sin capacidad de acompañar esos avances en los temas de la hegemonía imperial, entre ellos, los epicentros de la guerra imperial en el mundo –Irak, Afganistán, Palestina, Colombia–.
Emir Sader, secretario ejecutivo de Clacso, es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.